Cuando las Evas del Paraíso deciden huir con Lilith, hay fiesta sorora en el universo.
Silvana Trotta es Psicóloga social, madre, compañera de lucha y escritora de textos feministas. Vive en Berisso. En 2016 publicó "Expulsada del Edén" cuyos cuentos y microrrelatos invitan a pensar en clave feminista los padecimientos de las mujeres y las niñas en la sociedad patriarcal. En 2019 publicó el segundo libro, "Expulsadit@s del Edén", por Editorial Artilugios al igual que el primero. Sabiendo empuñar el arma de la ironía, Silvana denuncia a la vez que nos convoca a la sonrisa a flor de labios imprescindible para la resistencia.
Forma parte del equipo de Capacitación interdisciplinario de la Dirección de Políticas de Género del Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Junto a sus colegas da capacitaciones al personal policial sobre perspectiva de género, violencia familiar y nuevas masculinidades para que se apliquen en las actuaciones de los efectivos. Da clases en la Diplomatura de políticas de género y gestión de proyectos de la FUPE, Fundación Universidad Popular Escobar, en la materia Introducción a la teoría y enfoques de género. Nos cuenta a las compañeras de IF que proyecta publicar una novela, a la vez que nos obsequia el texto con el que obtuvo el quinto puesto en el concursos de la SASH (SOCIEDAD ARGENTINA DE SEXUALIDAD HUMANA)
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Hacía meses todo era un deja vú. Tomaba el subte C de las 14.07 desde Constitución hasta Retiro. Después corría a colgarse del tren que lo llevaría a su hogar.
Barba espesa, traje azul, mocasines italianos y maletín negro. Quizá era oficinista, proefesional, ó un desocupado más de la jungla de cemento heterosexual agravada por el vínculo. Ese lunes, subió al vagón a los codazos y se sentó junto a una señora teñida de violeta. “vieja ridícula”- pensó, rascándose la barba, entre muecas de desagrado.
Apretó el maletín entre sus piernas, cruzó los brazos y se durmió profundamente. En Retiro alguien le tocó el hombro: “-flaca, llegamos-”. Lo primero en llamarle la atención fueron sus propios pies: sandalias doradas de taco aguja. Finísimas. Una sutil arritmia comenzó a invadirle su identidad. Palpó unas tetas XXL, que le explotaban de un push up rojo. Se miró a través del reflejo de la ventanilla. El cabello rubio le llegaba hasta la cintura. La pollerita no: apenas pasaba 2 cm de su culo tuneado.
El seguridad, que la invitaba a salir del vagón le susurraba bajito preguntando por el precio de un oral al costado del túnel. Y entre lloriqueos y pánico, aferrando fuerte su bolsito, fue metida esposada al patrullero. “-¡No es no!-”, repetía.
-¡Disturbios en la vía pública!-, gritó el policía por el altoparlante. Y de fondo se escuchaba, como un coro griego “¡Cárcel a la trolita histérica!”. La femenina fue empujada cual asesina serial a la jaula de los leones. Sin escalas.
Labraron acta por portación de vestimenta obsena y resistencia a la autoridad. Otra por llorar como una nena. El circo romano había comenzado y los espectadores se agolpaban a uno y otro lado de las rejas. Una mujer policía, notebook en mano, describía a un falso testigo, el contenido del maletín:
-Lápiz labial: once. -Preservativos: 38. -Estampitas del Opus Dei: varias. -Carnet de Boquita: Uno -Folletos con la leyenda: “Vecinos: hagamos justicia. Erradiquemos de nuestros barrios homosexuales que alteran nuestra vida y son un mal ejemplo para nuestras benditas y normales familias. Marchemos los lunes a mediodía para hacernos escuchar”: Cantidad: mil. -DNI: xxx: a nombre de Juan José Díaz: uno. Gritos de pidiendo socorro, abogado, qué pasa acá, me quieren violar, fueron captados por el camarógrafo de un canal de cable que, casualmente hacía guardia en lugar.
El lugar de las disidencias, fue por siglos la oscuridad del laberinto del Minotauro, del tren fantasma. O de cualquier subte del Medioevo, quemando brujas y chamanes.
Cortando la lengua a inocentes y putos.
Y viceversa.
Se divertían entre selfies mediocres con espectadores cavernícolas. Y, solo porque el tiempo es oro, al masculino-femenino le armaron rapidito otra causa por portación de género inapropiado con alevosía.
-¡Castigo divino!-, repetía Díaz, estampita en mano.
Las disidencias irrumpen. Molestan. Interrogan. Reclaman ser un poema de García Lorca leído en voz alta, con la frente desafiante.
Disparando versos a un cobarde fusil con pretensiones de juez y parte.
De ley y de trampa.
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