El disciplinamiento sobre las mujeres es una verdad circunscripta a los procesos históricos, con mayor crueldad en los momentos de represión y terrorismo de Estado. Ellas resistieron el horror y despertaron a una sociedad que normalizaba y callaba.
El año pasado, a partir de la estafa millonaria que sufrieron las compañeras más vulnerables de la comunidad de Pinamar cuando les robaron los fondos de las Tarjetas Alimentar, hablábamos de cómo y cuánto la pandemia y los funcionarios inescrupulosos se habían ensañando con las mujeres, sobre todo con las más pobres. Esa verdad a gritos se halla circunscripta a los procesos históricos en que fueron las mujeres las más castigadas de los hechos represivos o bélicos. Michel Foucault, que explicó en "Vigilar y castigar" y "La historia de la sexualidad" cómo opera el disciplinamiento sobre los cuerpos, nos reveló que es en el cuerpo de las mujeres que laceran con mayor crueldad las prácticas más aberrantes del poder. Así actuó la Inquisición sobre los cuerpos de las mujeres antes de quemarlas vivas en las piras de ejecución, las hogueras. Aplicaban antes torturas específicas como la pera vaginal veneciana, conocida como la de la angustia, que se introducía en las vaginas de las supliciadas y al abrirse en la cavidad producían desgarros internos conducentes al dolor extremo, muchas veces mortal, sí, morían de dolor. La dictadura modernizó las prácticas de la Inquisición y también fueron exclusivas las torturas hacia las mujeres a quienes, además de robarles los hijos paridos dentro de los centros clandestinos o nacidos antes del secuestro, les aplicaron los suplicios más terribles: violaciones tumultuarias, picana donde otrora la Inquisición reventaba canales vaginales y úteros y todo tipo de vejámenes destinados al disciplinamiento de los cuerpos y las mentes. Esos cuerpos y mentes de mujeres que albergaban el sueño colectivo de una sociedad más justa, un mundo en que las profundas desigualdades a derrotar se convertían en argumento suficiente para gestar la metáfora de la revolución y parirla juntes, hombres, mujeres y disidencias, a como diera lugar. Fueron las mujeres, Madres y Abuelas, las locas que entonces salieron a exigir respuestas y la aparición con vida de las y los detenidos desaparecidos y les niñes nacidos en ese cautiverio del terrorismo de Estado. Esas locas en ronda en la Plaza de Mayo ayudaron a que una sociedad cómplice despertara del sopor del horror.
Como mujeres hijas y nietas de tantas locas que lucharon por otros derechos, tal como no dejaron de hacerlo jamás las Madres y Abuelas, y un buen día nos dejaron la ley de Divorcio vincular, la patria potestad compartida, y otras leyes que no fueron concesiones graciosas sino conquistas, las locas de hoy logramos nada menos que el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, la madrugada del 30 de diciembre de 2020. En esa jornada éramos muchas más que las visibles, no solo porque estábamos representando a las que no tienen voz porque la desigualdad se las ha negado, sino que también estábamos dándole tono vehemente a las voces acalladas de las compañeras detenidas desaparecidas que desde algún lugar vitoreaban con nosotras, desplegando pañuelos coloridos de luchas y conquistas.
No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos, Memoria, Verdad y Justicia por les treinta mil compañeros y compañeras desaparecidos en el marco del plan sistemático de la última dictadura