Así le dijeron en el Juzgado de Chivilcoy luego de ir repetidas veces a reclamar por la cuota de alimentos y la salud de su hija. 26 años, su hija murió sin justicia. Melisa es una mujer y madre sobreviviente que cuenta todo porque sabe que la desidia y violencias que vivió son el mapa de la realidad que se repite en Argentina. Un país vanguardista en leyes de derechos humanos que no se cumplen. Juzgados obsoletos sin perspectiva de género y ddhh que atentan contra la vida de mujeres y niñxs. ¿Hasta cuándo?
Melisa Picirillo vive en Chivilcoy, donde vivió toda su vida. Está por cremar a su hija Milagros, que cumpliría 26 años. A un día de semejante acontecimiento da la entrevista a IF, como toda mujer fuerte y sensible que ha pasado por mucho dolor e injusticia en la vida, tiene las prioridades claras y conoce bien sus derechos, por eso está lista para contar su historia. Sabe que merece ser contada porque refleja mucho de lo que desde el feminismo denunciamos sin pausa, la desidia y el abandono hacia las mujeres y niñeces. Un Estado irresponsable con instituciones que no responden, falta de humanidad, el dinero como factor determinante de la vida o la muerte, las violencias de género una tras otra, obstétrica, institucional, intrafamiliar, del poder judicial, todo junto resulta en un combo letal donde, en este caso, la muerte llegó antes que la justicia. “Cuando sos mujer y madre en este país, si no tenés dinero y estás vulnerable, sos un desecho humano al cual violentan de todos lados y tu destino más probable es la muerte.”- sentencia Melisa para no dar vueltas.
Esta historia es una de esas que indignan, indescriptible ahí donde no alcanzan las palabras a dimensionarlo todo y, lamentablemente, donde muchas de nosotras nos encontramos en alguna parte del relato. “Cuando la muerte llega antes que la justicia” – dice el título del posteo que vi antes de interesarme por esta entrevista. La publicación pertenece a la Dra. Valeria S. Alcain, abogada especializada en Derecho de Familia y Penal, con perspectiva de género y niñez, que es la profesional que lleva el caso de Melisa y Milagros.
La historia desde el nacimiento de Milagros: violencia obstétrica
Era diciembre de 1996. Melisa Picirillo tenía 21 años y una hija, estaba en pareja y embarazada de Milagros. Tenía la cesárea programada. Se sentía mal, entonces iba todos los días al Hospital de Chivilcoy hasta que, luego de insistir, la revisan y le preguntan cuándo había roto bolsa, cosa que ella no sabía. En vez de la cesárea que ella esperaba, la llevan a parto normal obligada y la bebé nace con hipoxia cerebral perinatal (por asfixia). Según relata Melisa: “El médico que tenía que hacer la cesárea nunca apareció, llegó luego y dijo que la bebé estaba muerta y no había nada por hacer, no había ni pediatras en el parto, tampoco oxígeno. Así arrancó nuestra vida, un caos, nos llevan en una ambulancia al Hospital Posadas de Buenos Aires, con una incubadora que no cortaba la temperatura de 40 º, la bebé iba con convulsiones y con un médico que iba fumando arriba” – resume esta mujer que no olvida el trato inhumano que recibió en uno de los momentos más vulnerables de su vida.
Llegaron al Hospital Posadas donde le salvaron la vida finalmente pero pasaron varios meses internadas y Melisa recuerda, entre lágrimas, que cada tanto le decían: “mamá, vaya a verla porque se va a morir”. El progenitor de la criatura estaba presente en ese momento pero Melisa destaca que lo veía priorizando el dinero por encima de la vida. “Yo siempre trabajé, de moza o en una remisería, siempre algo hacía”. – Agrega, dando a entender que no se vinculaban por un tema de dependencia económica, pero que, en las dificultades y responsabilidades, se iba dando cuenta que la dejaba sola.
“A Milagros había que procesarle la comida y darle, era atención 24/7 así que ya no pude trabajar, ella siempre estuvo en riesgo de vida, las expectativas que me daban era que no superaba el año.”
Violencia de Género e intrafamiliar, abandono paterno
Durante esos primeros años, tuvieron otro hijo y compraron una casa. Eran dos familias ensamblandas con hijxs de cada uno. Melisa revive que caminaba 20 cuadras para llevar a los más grandes a la escuela, con el más pequeño a cuestas y Milagros en silla de ruedas.
Hubo un problema con el desagüe municipal en el barrio y la casa comenzó a inundarse, el problema se volvió crónico y nadie hacía nada.
No olvida que mientras su pareja andaba bien vestido y en auto, cuando llegaba al domicilio y veía inundado no se bajaba del auto para no mojarse. El abandono y la desidia ya calaban hondo porque no olvida tampoco que pasaban hambre y lxs vecinxs le traían para comer. Surge un recuerdo específico: “Una noche fuimos, con una vecina, a robar frutas y verduras a una quinta con una carretilla y también a juntar leña para calentarnos”. Lo cuenta para graficar el nivel de desesperación.
Melisa pasó por múltiples violencias de género y tenía otra hija mayor con la cual también pasó por el abandono de ese progenitor. Rescata que la única que estuvo presente siempre ayudándola como podía era su propia abuela.
Luego lo peor, un hombre con instintos asesinos
Mientras sucedía todo esto, descubre que su pareja frecuentaba otras mujeres, tenía otras relaciones. Se separan y ella intenta quedarse en la casa con sus hijxs, una casa que habían comprado juntos. No lo logra, la desalojan a ella (y lxs niñxs) . Sin recursos económicos y sin tiempo, imposibilitada de contratar abogadx para enfrentar una guerra judicial, se va a vivir a lo de una amiga hasta conseguir como alquilar. Y, como en la mayoría de los casos, vulnerable, ambulante y sin techo vuelve a meterse en una relación que luego resulta peor. “Cuando andás mal te tocan todas. Fue lo peor que me podría haber pasado, yo digo que era un hombre con instintos asesinos, me molió a golpes durante mucho tiempo, un día me metió en una bañadera y me tocaba con cables pelados, me mandó varias veces a terapia intensiva, me arrastraba de los pelos, me llevó a una quinta sometida a todo lo malo que se te pueda ocurrir, me tiró de un puente, no sé cómo sobreviví”- relata la víctima, hoy con la entereza de una mujer que conoció el infierno y salió. “Hasta que un día golpeó a mi hijo con un látigo, ahí reaccioné y no lo soporté, tenía que salvar la vida de mi hijo y lo mandé a vivir con su padre, el mismo padre de Milagros, hasta que yo pudiera salir de esta historia que me llevó casi 5 años”- sigue.
“Y bueno querida, volvé a tu casa”- Violencia institucional
Empezó a defenderse de las agresiones y llegó hasta pensar en matarlo porque sabía que él la podía matar en cualquier momento. Hizo 7 denuncias en este caso y nunca hicieron nada, en la Comisaría de Chivilcoy le decían: “Y bueno querida, volvé a tu casa, qué vamos a hacer nosotros si no tenés familia que te ayude”. En todo ese estado de violencias recuerda que recorría alrededor de 12 a 15 kilómetros caminando con Mili a cuestas, por calles escondidas para que el violento no la encontrara, hasta llegar al Hospital para que la atendieran por los golpes. ¿Nadie del hospital denunciaba esos golpes? Surge la pregunta pero la respuesta es clara, nadie hacía nada.
Los 3 cerditos y el lobo
Durante los años que su hijo varón vivió con el progenitor (y otra pareja), Melisa no le reclamaba nada porque sentía que al menos cuidaban del niño pero luego vió que no era así tampoco porque el nene era maltratado. Además ella no podía verlo porque su propia pareja violenta no le permitía, la encerraba. Cada cumpleaños de su hijo, que es en octubre, ella buscaba escaparse para llamarlo por teléfono al menos.
Un día lo logró, el hombre con instintos asesinos se fue. “Cuando cerró la puerta, lo primero que hice fue llamar al padre de mis hijxs y pedirle que me regrese al nene, lo hizo a las pocas horas. Ellos vivían a 80 km de Chivilcoy, lo mandó en colectivo, lo fui a buscar a la parada, tenía 11 años mi hijo.”- cuenta y agrega que el progenitor de sus dos hijos ahí “se desentendió de todo”.
Sobrevivieron en un galpón de chapa por esos años, donde las paredes se helaban y tenía que secarlas con un trapo para que sus hijxs no sufrieran hipotermia. Dormían todxs juntxs en una misma cama con montones de frazadas y calentaba ladrillos. Como su hija Milagros requería controles de salud en Buenos Aires, cada tanto, viajaba a dedo con sus hijos más pequeños también a cuestas. Recuerda que hacía carteles que decían que necesitaba llegar al Hospital de Pediatría Garrahan o al Posadas y siempre había alguien que los llevaba. En éste tema destaca que reclamó vía judicial al progenitor para que pagara la prestación de la empresa funeraria San Nicolás que provee el servicio de traslado en ambulancias, pero tampoco obtuvo respuesta por esta necesidad básica. La nena se alimentó toda su vida por sonda nasogástrica, su estado era vegetativo parcial, requería atención permanente, sólo movía una mano.
Así vivieron años, hasta que que la municipalidad les dio una vivienda social que es donde vive Melisa actualmente. El recuerdo de esto la remite al cuento “Los 3 cerditos y el lobo”: “Por fin voy a tener paredes que no van a poder voltear para entrar”- comparte en remembranza a sus pensamientos de ése momento cuando sintió seguridad al tener paredes y un techo.
El sistema de In- justicia: violencia de Estado
Empezó en el año 2001 con los reclamos legales, pasó por varios/as letrados/as que no hicieron nada. Nombra abogados y abogadas. Era consciente de la injusticia que vivía por eso denunciaba, pero chocaba contra el ninguneo.
Milagros padecía parálisis cerebral por hipoxia post parto, con retraso madurativo, epilepsia, marcada rotoescoliosis dorsal dextroconvexa y alimentación naso gástrica hasta sus últimos años donde requirió ya botón gástrico. Su estado de severa discapacidad la mantenía en internación domiciliaria y cuidados intensivos, que su madre brindaba a tiempo completo. Aprendió a ser enfermera.
Ni un peso, ni tiempo, ni cuidados. Nada obtuvo con los reclamos judiciales al progenitor ausente. Tampoco obtuvo todavía sentencia por el juicio por mala praxis que inició a la institución de salud al nacer Milagros. Ese juicio lleva 25 años, lo llevó adelante con el Dr. Rinaldi de CABA y está frenado porque ni obtuvo aún la “curatella” que es una figura legal que le daba el poder de decidir sobre su hija, ser la “curadora” de Mili. Todavía siguen esperando esa figura legal para avanzar con el juicio por mala praxis. Pero Mili ya murió.
Acá es necesaria la pausa.
¿En serio 26 años de juicio y todavía nada? ¿En serio 8 años esperando del Juzgado la “curatella”? !!
Lo mismo con el reclamo por alimentos hacia el progenitor ausente. El juzgado totalmente ausente, negligente y cómplice de abandono.
Huele a pozo ciego.
Los últimos años
Cuando la abogada Valeria S. Alcain toma el caso en el año 2018 no podía creer que el Juzgado no hubiera respondido con medidas justas a la gravedad y magnitud del caso. “Fueron 4 años de reclamos, nos cansamos de pedir medidas, la realidad es que este señor evadió, pagó poco y nada cuando le sacaron la licencia de conducir, pidió que se la reactiven y tampoco pagó. 4 años remando 2 expedientes en un juzgado más lento que una tortuga. Ojalá se haga viral esto y se sepa que a los deudores alimentarios se les tiene contemplación en el poder judicial y no así a las madres y los hijos. Que esto se difunda por Mili y por tantos niños y niñas vulnerados en Argentina”.- denuncia la profesional desde sus redes sociales.
“Nunca voy a olvidar lo que le dijo una vez a Melisa una operadora del juzgado acá: `y bueno ya vendrá la justicia divina para este señor, el de arriba todo lo ve´. ¿Podés creer que una operadora del poder judicial le diga esto a una madre que se cansó de pedir medidas y la muerte de su hija llegó antes que la justicia?. Esto es un escándalo.”
¿Cómo era Mili?
El estado casi vegetativo le impedía comunicarse pero su mamá la entendía. Nunca lloró pero si sonreía, como en las fotos. Cuando su hermana mayor estaba embarazada, sentía celos por la llegada de ese bebé y lo notaban porque daba vuelta su cara cada vez que entraba la hermana al cuarto. Cada vez que nacía un bebé en la familia se lo llevaban a su cama para que los observara y sintiera. Melisa cuenta que cuando ella se iba a trabajar para sostener toda esa familia sola, los más pequeños cuidaban de Milagros, por eso ante la pregunta de qué era lo que más le gustaba compartir con su hija, responde: “tiempo”.
Mili acaba de morir, el día antes a cumplir 26 años. Melisa, su mamá, nos da esta entrevista y al otro día tiene el turno para el crematorio. Se siente en paz por todo lo dado, es consciente de todo lo padecido y piensa seguir con los reclamos por vía judicial. Hace 25 años que espera un resarcimiento por la mala praxis que hicieron al nacer Mili en el Hospital. ¡25 años esperando! Y otros tantos años de reclamos por alimentos al progenitor. ¿Qué hizo el Juzgado de Paz de Chivilcoy?. Su abogada Valeria S. Alcain intentó todo.
La cajita de pandora
Melisa reconstruyó su vida hace 9 años junto a Mario, un compañero que dice “fue lo mejor que les pasó a todxs en la familia”. Con él también tuvo hijxs y lo considera su gran compañero de vida, un laburante, padre y abuelo invaluable que no hace diferencias entre hijxs propios y no. “No tengo palabras para agradecerle todo lo que hace por mí y toda la familia, mi vida era un caos y cuando llegó él fue un alivio. Si hoy tuviera que separarme, aunque motivos no tengo, diría lo mismo porque fue la persona que me ayudó en todo, sobre todo en momentos tan críticos.”
Hoy son una familia de 6 hijxs y 4 nietxs, están unidos y se acompañan amorosamente. A Mili le decían “La cajita de pandora” porque sorprendía su capacidad superadora en cuanto a probabilidades de vida y su salud ya que, a pesar de su condición, casi nunca se enfermaba, de hecho todos tuvieron Covid en la familia y ella no. Los últimos años Melisa logró tener el servicio privado de médico a domicilio que pasaba una vez por semana a controlarla pero la cuidaban todos, incluso el hermano más chiquito que hoy tiene 6 años, aprendió a manejar la bomba de alimentación.
Las últimas dos semanas fueron trágicas con la salud de Milagros. Empezó con una neumonía bilateral, se descompensó comprometiendo otros órganos y en pocas horas tuvieron que internarla en terapia intensiva. Melisa menciona el buen trato recibido ahora por parte del Hospital de Chivilcoy.
“La abracé y estoy en paz”
Mili murió con 26 años. Su madre sacrificó su vida por el cuidado de sus hijxs y de Mili especialmente, enfrentó todo en soledad aunque sabiendo lo injusto que era. Se siente en paz, pudo abrazarla y decirle que descanse y que ella va a seguir luchando. Lxs hermanitos de Mili están tristes pero están bien, a pesar del dolor. El más pequeño cumple 6 años el día después del cumple de Milagros. Hoy son una familia unida en el amor.
Picirillo es contundente: “el sistema es una mierda, no sirve para nada, no hay apoyo para quien lo necesita, los jueces deben ponerse una mano en el corazón y los huevos sobre la mesa. Quiero una ley para las madres con hijxs discapacitadxs y quiero justicia para tantas madres que crían solas y están lidiando con malos padres, incompetentes, que no pasan alimentos. Tenemos que luchar para que los casos por alimentos se resuelvan en menos de 24 horas porque nuestros hijos no pueden estar desamparados así y nosotras sufrir tanto, nos dejan tiradas, es una locura. Los hijos se hacen de a dos pero no puede ser que sean abandonados. También si hay casos al revés, que son pocos pero hay, no lo negamos. Mi abogada es incansable y luchó hasta último momento por los derechos de Mili que fueron vulnerados, desde el Juzgado le respondieron con desidia y ninguneo, lo mismo con la obra social PAMI que tuve que esperar dos años, la primera vez, para que me la dieran. Se tiene que tomar consciencia desde el poder judicial que no pueden seguir actuando así. Hacemos de todo para pedir justicia y no responden.”
Seguir luchando
─¿Vas a seguir los reclamos aún sin Mili?
“Voy a ir por todo, por los 26 años de desamparo. El progenitor me desamparó desde antes de que naciera Mili. Luego, pasó alguna que otra cuota de $300, una burla, solo porque le quitaron el carnet de conducir, pero no pagó nada más y ahora quiere su carnet porque es transportista y necesita ese documento. Me llamó para ofrecerme $50 mil pesos a cambio de que destrabemos el tema de la licencia de conducir, otra burla. Cuando logre cobrar algo de ese dinero se lo voy a dar al hijo que tenemos en común que ya bastante sufrió también. Cuando Mili estaba en sus últimas horas de vida internada lo dejé ir a verla y le dije que se haga cargo de los trámites y gastos finales. Ahora tengo que ir al crematorio.”
El kiri y el Ave fénix
Un árbol de Kiri será plantado en la vereda de la casa de Melisa, donde pega el sol todo el día. Las cenizas de Mili serán esparcidas ahí para alimentar esa tierra.
Kiri significa “cortar” (en japonés). Su madera es muy apreciada y se debe podar con frecuencia para así favorecer su rápido crecimiento.
En China, cuando una niña nacía, existía una vieja tradición de plantar un “árbol de la Emperatriz” o Kiri donde el Ave fénix solo se posaría, por ser un árbol muy fuerte. Por eso Melisa Picirillo lo eligió.
El estado patriarcal del sistema judicial y el progenitor le negaron a Mili el alimento y los cuidados que merecía cuando estaba viva. La “justicia divina” fue una burla en boca de un operador. Ahora queda la planta de Kiri como símbolo de esta lucha y del paso de Mili por la tierra de Chivilcoy. Seguramente crecerá fuerte y grande, siempre cerca, muy cerca de su madre, Melisa, que no piensa abandonar la búsqueda de justicia.
Esta historia es un mapa de las múltiples violencias.
Millones de mujeres hoy siguen luchando solas por mantener la vida de sus hijxs y el poder judicial huele a pozo ciego.
¿Hasta cuándo?