Entre el jueves 23 y el sábado 25 se llevó a cabo en Mar del Plata la edición 2022 del Festival "La mujer y el cine", que convocó a grandes directoras, productoras, programadoras, guionistas y otras tantas profesionales y trabajadoras del séptimo arte. En sitios emblemáticos para la cultura y el feminismo, como la Villa Victoria que fuera antaño el lugar de descanso e invocación a la musa de Victoria Ocampo, hoy soberbio museo y centro cultural, la Villa Mitre y el Teatro Colón hubo charlas- debate, capacitaciones y proyecciones de cortometrajes y documentales reservándose para la clausura "Cuerpos juzgados", trabajo de investigación y visibilización del máximo grado de punitivismo del aborto, incluido el espontáneo, en El Salvador, que realizó antes de la pandemia Mariana Carbajal.
Como todo eso de lo que debemos privarnos las mujeres trabajadoras que somos madres y criamos solas en la hostilidad del patriarcado, con la ausencia absoluta de los progenitores en las tareas de cuidado y en la mayoría de los casos también en su responsabilidad alimentaria, Cecilia Bertolino y quien suscribe fuimos el último día exprimiendo cual fruta jugosa todo lo que pudimos de las dos charlas a las que asistimos y la clausura con la proyección de "Cuerpos juzgados". El documental, presentado por su directora, periodista, investigadora, nos dio un plus inesperado: finalizada la proyección, ya en la salida del teatro y la intimidad de un diálogo de despedida, Mariana Carbajal nos confió detalles de los riesgos a los que se atrevió intentando ingresar a una audiencia en que se juzgaba a una de las tantas jóvenes que el sistema judicial salvadoreño envía a torturar y encerrar durante décadas (treinta años o más) por el presunto delito de haber parido bebés que murieron luego del parto, o experimentado un aborto espontáneo.
Tuve la dicha de participar de los primeros debates de la tarde junto a mi hija de diecisiete años y ahí, en esa sala colmada de la hermosa Villa Victoria, sentimos junto a otras la indignación colectiva feminista por el techo de cristal existente en el cine, como en la mayor parte de las actividades y los acosos y abusos que sufren tantas compañeras en castings y rodajes. Una de las presentes necesitó relatar su experiencia de veinte años atrás con un director machista y abusivo, y nos vimos reflejadas desde los distintos hechos que todas padecimos alguna vez, cuando estudiábamos, buscábamos trabajo o intentábamos ingresar al mundo profesional que habíamos proyectado y soñado. No obstante la revelación de lo que aún falta por hacer para que más mujeres directoras, productoras y profesionales en puestos de conducción lleguen, y lo logren muy a pesar de la preponderancia masculina y los artilugios patriarcales que cercenan sus recorridos, quedó planteado el compromiso de no consumir productos que nos violenten a mujeres y disidencias y la valoración de que algunas cosas han cambiado. Pudimos apreciarlo con la lluvia de testimonios de abuso del "Mirá cómo nos ponemos", cuando Thelma Fardin relató, acompañada por la Asociación de Actrices Argentinas, la violación que sufrió en Nicaragua, perpetrada por Juan Darthés. También, como una de las últimas intervenciones, analicé ante las presentes que la lucha del feminismo ha impedido que ciertos hechos, cómo la violación que sufrió María Schneider durante el rodaje de "El último tango en París", que hace unos pocos años supimos había sido acordada por el director Bernardo Bertolucci y el actor violador (el famoso Marlon Brando), permanezcan en silencio durante décadas, como aquel horroroso caso del que la actriz jamás pudo recuperarse, justamente, por la negación de asistencia a las víctimas y el manto de impunidad con que se encubría a los abusadores.
Durante la segunda charla en Villa Victoria, la periodista Mariana Carbajal le preguntó a una de las ponentes que pertenece al equipo de profesionales del astillero de Mar del Plata, acerca del mito de las mujeres en la marinería. La respuesta no se hizo esperar: aseguró que sucedió hasta hace muy poco que los marinos rechazaban que las mujeres subieran a barcos como profesionales o trabajadoras de la navegación y que en un grado menor aun sucede. Me dispuse a investigar sobre el tema y me encontré que hasta el S 18 se consideraba que las mujeres provocaban desgracias en altamar, por eso no se las dejaba abordar barcos ni como pasajeras. No debería causar sorpresa que estas supersticiones se mantuvieran durante siglos, porque fue la iglesia católica la que continuó una costumbre misógina arraigada que se acrecentó con las prácticas de la Inquisición. Ayer, las anécdotas sobre mujeres a las que se prohibió abordar embarcaciones en las últimas décadas causaron risa y estupor. Mariana Carbajal contó lo sucedido a una ingeniera que trabajó en un gasoducto en la zona del Estrecho de Magallanes. Culminada la empresa, para la que incluso ofició de traductora en las negociaciones, se le impidió abordar un buque porque según le dijeron "a los marinos no les gustan las mujeres en los barcos porque dan mala suerte".
Habitamos un mundo adverso a las mujeres y disidencias, una sociedad cuya hostilidad se expande cada vez que tenemos que demostrar capacidades que no se le exigen a los hombres y se desconfía de nuestra habilidad capitaneando todas las tempestades impuestas.