Nuestra escritora de hoy es parte del equipo de IF, por eso esta vez la recomendación es sobre ella. Como difusoras de los derechos del género y militantes feministas, desde las letras solemos dar visibilidad a otres, compañeres de lucha, creadorxs de nuestra identidad y cultura, pero no debemos olvidarnos siempre de mirar hacia adentro, en nuestros propios equipos, en nuestras propias grupas, en la compa que está al lado. Porque de eso va el feminismo. Mirarnos cerca, apoyarnos y subir juntas. El espíritu feminista no puede ser meramente exclamativo y lejano. El verdadero feminismo es palabra creadora y acción, es embarrarse las patas, saltar juntas y abrazarnos, siempre abrazarnos.
Sheila Acosta Anzalone es Comunicadora social y docente de educación secundaria, Directora titular de la EES Nº 1 Divisadero de General Madariaga, profesora en Madariaga y Pinamar. Publicó seis libros:
- "De mujeres en la sombra"
- "Los zapatos tan rotos y el espíritu tan sano"
- "Al viento le gustan los colores"
- "Sin bidet no hay paraíso"
- "Algo huele mal en Matapampa"
- "Erotismo obrero"
Recibió numerosos premios literarios, nacionales e internacionales. Entre ellos, fue seleccionada para introducir con sus prólogos las antologías en homenaje a Antonio Machado y Pablo Neruda, de la editorial española ArtGerust y por ese premio en Madrid recibió carta de felicitación, en misión protocolar, del entonces Embajador de España en Argentina Don Estanislao De Grandes Pascual.
En la Plaza de la Independencia de Quequén, una placa de cemento exhibe el micro relato "Cielito" que obtuvo el segundo puesto en el Concurso "Bicentenario de la Independencia" que luego fue invitada a compartir en la Sala de la Jura de la Independencia en la Casa Histórica de Tucumán.
Es la coordinadora, en la Costa Atlántica, de la Asociación de Narradores Argentinos y realiza, en sus sedes, un festival internacional anual que recorre las escuelas más vulnerables contando leyendas y cuentos de tradición oral y de autor. Presentó sus obras en las Ferias del Libro de Buenos Aires, Mar del Plata y Mendoza. Dictó una ponencia sobre promoción de la lectura en el Congreso Jitanjafora de la Universidad Nacional de Mar del Plata, una sobre mobbing en el sistema público ( en la sede de UDOCBA de Carmen de Patagones) y realizó ciclos de escritores y otras gestiones culturales en el Teatro de la Torre de Pinamar.
Sheila fue una de las pioneras del movimiento feminista en la región (Partido de Pinamar y Costa), formando la primera grupa de pibas jóvenes llamada “Fiera Agrupación feminista” desde donde militaron el aborto, organizaron pañuelazos y repudios a diversos casos de violaciones y acosos, tanto en Pinamar como Madariaga, exigiendo a las autoridades e instituciones involucradas la remoción de los violentos.
Hace pocos días fue invitada por el Ministerio de Educación de la Nación para compartir algunos de sus textos, en el stand instalado sobre el predio del Skatepark de Pinamar.
Sheila Acosta Anzalone tiene la facilidad de la palabra, esa que brota naturalmente cuando las venas necesitan expulsar algo, esa que habita para siempre y nos embriaga de magia, nos inunda de tristeza o de alegría, nos asombra e ilumina, nos transporta a otros mundos y otras vidas. La palabra creadora que se imprime haciéndonos libres de soñar. Pero además, Sheila es feminista, una cualidad inseparable de cada rol que ejerce, por esos sus textos no dejan de serlo, así como su rol docente. Es madre de 5 y esa maternidad sola, como única jefa de hogar y desde adolescente, construyó la mujer que es hoy, fuerte, comprometida con lxs pibxs y las realidades más vulnerables, militante de “furia legítima”, como ella misma se auto describe.
Acaba de terminar su 7º obra (inédita): “La escuela y la alegría" donde compila una serie de cuentos/relatos inspirados en la realidad de muchxs compañerxs docentes que, durante la pandemia, redoblaron el esfuerzo por hacer llegar la escuela a casa y evitar la deserción producto de la brecha digital y las desiguales condiciones económicas de las familias. En estos relatos, a veces furiosos, otras irónicamente graciosos; queda en evidencia la capacidad asertiva de la autora al reflejar los tiempos confusos que vivimos en cuanto a la deconstrucción/construcción cultural de pensamiento y vínculos. El patriarcado queda en evidencia y es puesto en jaque, así como su resistencia.
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Les compartimos uno de sus textos inéditos:
"Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Gabriel García Márquez.
“En una vieja casa del barrio Moreno de Matapampa es hora de prepararlo todo. La labor diaria de Líber Martisone, el profesor de Ciencias Sociales que organiza el "Merendero obrero", comienza antes de las tres de la tarde cuando de a poco va llegando la gente, familias enteras que se quedaron sin trabajo en la cuarentena. Muchas de las que asisten son madres a cargo de sus hogares, que limpiaban por unos míseros pesos en ostentosas casas particulares del pueblo. Que esa labor precarizada no haya sido considerada una tarea esencial durante la pandemia les resultó un ensañamiento más hacia su vulnerabilidad porque con un poquito de aquí, la casa de fulano que pagaba trescientos pesos, equivalentes a un paquete de medio kilo de yerba, y la de mengana doscientos cincuenta más la venta de pan con chicharrones, las tareas de costura y la asignación, muchas sacaban adelante a sus chicos, al menos no pasaban hambre y podían pagar el cable, único medio de esparcimiento e información tan criticado por los que poseen todo y han probado y probarán todos los dulces que el capitalismo reserva para muy pocos. Triste e indignante para ellas y compañeros como Líber, que en esas condiciones de explotación las compañeras y sus hijos debieran sobrevivir, pero aunque injusto y escaso, todo lo que lograban se había venido abajo cuando llegó la pandemia y varias pidieron, con angustia rayana a la desesperación, ayuda en la escuela. Para el socorro requerido escribieron mensajes a la página, enviaron audios de whatsapp a las preceptoras o hablaron directamente con las directoras y directores en los días que se entregaban los bolsones y los cuadernillos con actividades que, a falta de maestras y profesores en la clase presencial de siempre, les resultaban tan difíciles a muchos chicos y chicas.
-Nosotros no la podemos ayudar porque no fuimos a la escuela, ¿sabe?-le dijo la mamá de Sami a la Montenegrina-me parte el alma que el año pasado era tan buena alumna, todo diez tenía mi chiquita, y ahora la pobrecita no puede entregar casi nada.
La profesora le había dicho que no se preocupara, que todos los chicos iban a pasar de año y recuperarían en las clases presenciales del ciclo siguiente todo lo que no habían podido hacer. Lo importante en ese momento era protegerse porque todavía no había vacunas y la prioridad era cuidar las vidas.
-La escuela siempre le va a dar otra oportunidad, no se preocupe-le grabó en un audio a la señora, mientras se aguantaba las ganas de llorar.
Y es que la Montenegrina, Germán, Ramiro, Ana Rosa y todos los profesores saben lo difícil que es para los chicos, sobre todo los que no tienen conectividad y reniegan con un celular de pantalla partida compartido con los hermanos, hacer esos trabajos que ni ellos como docentes tienen claro cómo proponer. "El recorte del contenido", escuchan en tanto conversatorio virtual y después, la posibilidad de llevar a la práctica eso de enseñar de lejos sin ver, sin percibir lo que les pasa a los estudiantes, sus gestos, las miradas, el chiste, el rezongo que se extraña tanto como la ponderación, se convierte en un cúmulo de frustraciones mientras desean que la pesadilla de la pandemia culmine pronto.
Líber Martisone sabe a qué se expone, La Negra, una compañera que cocinaba en otra olla popular había muerto por la neumonía bileteral provocada por el covid y estaba claro que se lo había contagiado poniendo el cuerpo como él, porque todos conocían su situación, que en su casa vivía sola y era sumamente respetuosa de las medidas impuestas.
Es sábado, son las cuatro de la tarde y mientras Líber sirve junto a sus compañeros los tazones humeantes , en la radio "Talar" que se escucha desde el alba hasta las doce de la noche, comienza el programa escolar de "Pandemia". Unas horas atrás, Ulises Renzi había finalizado, haciendo malabares con una computadora prestada pues la suya se había roto, la edición de una "contada" que Roberto Moscoloni había hecho en un merendero del Conurbano. Las madres y sus hijos comienzan a oír con atención esos cuentos y cuando llega la hora de dejar la taza vacía y retirarse, Sami le pregunta a Líber si pueden quedarse con su mamá un poco más:
- Disculpe, profe, es que los cuentos están muy buenos y si nos vamos ahora, cuando lleguemos a casa que queda del otro lado de la vía, ya van a haber terminado.
-Claro que pueden quedarse-responde conmovido-mientras mantengamos ventilado el lugar a pesar del frío y todos guardemos distancia y nos coloquemos bien los barbijos, pueden quedarse hasta que el programa concluya.
La concurrencia completa había finalizado su merienda nutritiva de café con leche, chocolate caliente y tortas caseras, pero nadie se movió y aquello le pareció a Líber una escena antigua de las que había visto en películas y conocido en mayor profundidad cuando estudió la historia de los medios de comunicación. Creyó ver la escenografía de las primeras emisones cuando la gente se reunía en alguna casa o espacios diversos a escuchar la radio alrededor de los aparatos inmensos de aquel tiempo. Después lo habitó el recuerdo del padre cuando le contó que en una discusión con un amigo le había asegurado, haciendo incluso una apuesta, que había visto en colores en etapas del blanco y negro "Los pájaros" de Alfred Hitchcock y también "La leyenda de Sleepy Hollow", pero en realidad eran versiones radiales y había sido él, un niño de ocho años, el que se imaginó todo y sus colores, las bandadas de pájaros asesinos, la sangre roja que brotaba de los decapitados por el "Jinete sin cabeza". Sin embargo, después de observar la situación asociándola a otro tiempo histórico de los medios de comunicación y una anécdota del padre, Líber entendió que en realidad, eso que estaba ahí y él sorprendido escrutaba con sus ojos azules, era una escuela. Los cuentos de Roberto Moscoloni y las canciones de Néstor Olivero colmadas de contenido simbólico acerca de los trabajadores, el derecho de los obreros y obreras a la salud y la educación, eran un aula viva latiendo en un merendero organizado con tanto compromiso y amor. Eso que circulaba en esa tarde fría, salía del trabajo de los docentes durante esa coyuntura extraordinaria de un virus mortal. Surgía de la conspiración contra la clase clausurada que representaba, cada minuto de labor colectiva, al interior de la radio escolar.
Cuando el narrador contó su propio cuento "El color de las estrellas" y la respuesta que Gustavo Roldán le diera a la pregunta "¿Por qué las estrellas son blancas?", la escucha atenta del auditorio del Merendero obrero hacía que en el aire no volara una mosca. Parecía que la caída de la tarde, el crepúsculo entre ocres y violáceos se había detenido y el anochecer precoz de principios de julio se iba a demorar un poco más. Sami se emocionó al escuchar que las estrellas son blancas porque una anciana en el cielo desparrama con su mortero harina de algarroba, y recuerda a su bisabuela. Mientras la trae a la memoria se traslada conmovida en un vertiginoso viaje en el tiempo y llega a la cocina espolvoreada de blanco, porque así quedaba cada vez que ella hacía tortas fritas y deliciosas tartas de ricota y manzana. Ahí, en la cocina de su bisabuela, Sami había aprendido, además de recetas que no debían perderse y transmitirse a las siguientes generaciones, las historias de luchas de las mujeres de su familia que parían solas en el campo sin médico ni partera. Ahí, con la carita apoyada a la mesada de granito, había entendido que la magia existe y que podía hacerla ella misma con harina, huevos, azúcar y todos los ingredientes necesarios que debían mezclarse con amor, para que los sabores agrios del mundo no se colaran en el preparado.
La canción del final, el blus del obrero de Olivero, "Yo tengo muchos sueños, muchos sueños cuando duermo, pero los mejores sueños, los tengo cuando estoy despierto", le recordaron a Líber que estaba ahí para hacer su parte por la construcción de otra sociedad. La frase le permitió analizar que la belleza revolucionaria de esa tarde era un sueño que sucedía mientras estaba bien despierto y se aliaba con el derecho a soñar que tienen los niños, las niñas y las familias que van cada día a buscar sus raciones de la olla popular y se sientan juntos a merendar. Al menos en ese instante, en aquel momento de un invierno hostil no solo por sus franjas térmicas, Líber no necesita nada más.”