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IDENTIDAD FEMINISTA
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Recuerdos de madre pobra

por Sheila Anzalone
Hace 3 años
en Opinión
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Recuerdos de madre pobra
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Te explico, le dije a mi abogada que esa mujer le había mentido. Ella, tan joven y bonita, intentó decirme, luego de mis argumentaciones descabelladas, que las asistentes sociales de los juzgados son así. Que sin pegarte un llamadito para que Ni que sea ordenes un poquito, caen en tu casa. No, no me molesta el quilombo, de hecho lo elijo para poder tener el tiempo imprescindible para vivir, crear y luchar. La cosa venía por otro lado:

Eran las nueve de la mañana, estaba por salir para ir al almacén calzada con las ojotas coloradas que le quedaron grandes a la nena y por eso le tuve que comprar otras (últimamente es una estrategia útil irse ataviando con lo que te entra, de eso que los pibes van descartando) cuando la vi a esa desubicada subiendo el médano. Llegaba vestida con un trajecito celeste y gris, o gris o celeste y calzada con los tacos aguja que, vos decime la verdad, analizalo un poquito, no son para ir a husmear en la casa de las minas que se calzan para ir al almacén con las ojotas descartadas por la hija. Lo peor de lo peor, cuando la tenía a centímetros y me planteaba ensoberbecida sus charreteras de poder, poder llegar a meterse a tu casa sin que nadie te avise antes, se me introdujo en la nariz la fragancia de su perfume importado. Listo, ahí me terminé de indignar, mirá que vas a ir a meterte así nomás en la casa de las minas que mantienen solas a los hijos, y la mayoría de las veces no les alcanza ni para oler con dignidad a Ciel. Mirá si vas a hacer eso y te va a salir gratis, con una loca como la que acá cuenta. Qué la tiró a esta, pensé mientras insistía en que era una revictimización que te caigan así como si fueras una delincuenta que tiene en la casa armas, falopa o la heladera llena. Porque la verdad de la verdad, como viene la cosa, si mantenés sola con un sueldo tres pibes y lográs tener la heladera llena es porque llevás una actividad paralela que nosotros y nosotras no queremos saber cuál es, para que después no nos digan que somos tus cómplices y cómplizas. Bien…no muy convencida la invité a entrar. Le costó un poquito subir con los tacos aguja la escalerita hasta el deck, porque las tablas están hechas pelota y nosotros y nosotras, los que vivimos en esta casa, jugamos antes de llegar a que hacemos surf o snowboard. Es re lindo, te juro. Mi hijo mayor (de estos que mantengo con el sueldo que no alcanza ni para el Ciel, aclaremos, porque los otros ya se mantienen solos) estaba sentado en cuero frente a la computadora. Debo decir que mis hijos están muy bien educados, que saludan muy simpáticos… por lo general, pero cuando a las nueve de la mañana entra una agrandada calzada con tacos aguja no sé por qué no les sale nada verbal. Se limitan a mirar con una cara de orto que ni te digo, no sé de quién la heredan, te prometo que no sé. No te lo puedo explicar y la psicóloga ya me dio de alta, ¿o querés que vaya para que me haga la interpretación? Ahí sucedió la cosa, ya estábamos adentro, qué más quiere, me pregunté. Y acá viene lo increíble, sí, te lo suelto sin anestesia: ¡la muy desubicada pretendía sentarse! Que tenía que escribir no sé qué, me explicó parada al lado de la mesa, mientras yo corría, para el rinconcito contra la barra, Todo lo que había ahí e impedía escribir algo en una hoja. Supongo que la iba a sacar de las carpetitas que ella trasladaba para hacer equilibrio en las tablas hechas pelota de mi deck. Pará, no me critiqués, che. Sí, había más quilombo que de costumbre porque esa semana estaba en la lucha por la subsistencia, la lucha por editar un libro, la lucha de los docentes, la lucha de las mujeres, la lucha por los centros culturales, la lucha para que me paguen la deuda de alimentos de los pibes, la lucha de…a ver, dame los dedos de tus manos que tenemos que seguir contando. Como pude percibir que se exhibía impúdica mi tremendísima cara de culo, casi peor que la de mi hijo, intenté pensar que los tacos aguja, las tetas operadas bronceadas a cama solar y todas las pelotudeces frívolas que trasladaba esa mujer no eran culpa de ella, sino del patriarcado, el capitalismo, la sociedad de consumo y la mar en coche. Sin embargo, como mi memoria se presenta como unos destellos incongruentes que estallan en mi mente en los momentos más insospechados, me acordé de las idioteces que me había dicho un año y medio atrás, durante una entrevista en el juzgado. Eso fue cuando yo era menos feminista y apenas más ordenada. Ante mi testimonio narrándole que el machirulo que me acosaba me rastreaba y no me dejaba en paz, ella había hecho, sin ser psicóloga, un análisis de mierda increíble: que era probable que yo, inconscientemente, provocaba esos acosos por la necesidad de sentirme deseada. Bueno…Mirá, le dije cuando ella no había terminado de flexionar sus patas cortas para poder sentarse en una de las sillas en que se oreaban los toallones, la verdad es que estoy indignada, ponete en mi lugar: a vos, ¿te gustaría que te cayeran a la fuerza en tu casa y en esta situación desigual? Yo, una mina que la estoy pasando mal, vos vestida y calzada como para un cóctel. De verdad te digo, una de las cosas que aprendí de autores enormes como Prieto Castillo y Kaplún es que el que quiere comunicarse con el otro de sectores populares no puede ir de traje, o como vos con los Ricky Sarkany. Es una situación de poder que afecta y a mí como cualquiera me jode y puedo planteártelo, pero un montón de mujeres no. Ella se quedó sin palabras y no se sentó, empezó a murmurar no sé que cosas mientras caminaba hacia la puerta. Cuando se iba por el sendero entre los pastos altos, caminado con dificultad porque los tacos se le clavaban en la arena, me acordé de otras hijas de yuta que vinieron a joder a casa y entonces, sin ya poder ahogar la bronca que tenía, le dije bien fuerte: ¡en una de esas te vas, porque esto es una cuestión de deseo reprimido! No me respondió, quizá no me había equivocado, o sí, pero ni ella, con tacos aguja ni yo en ojotas somos psicólogas como para analizarlo desde el andamiaje de esa gente que, por lo menos, tiene un título habilitante para suponer por qué carajo las víctimas son víctimas, culpables de sus propias desgracias.

Y esta es la prueba contundente de que ella mintió, descaradamente, cuando le dijo que yo no quise recibirla, doctora.

La huerta al lado de los pastos altos de aquella época
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Sheila Anzalone

Sheila Anzalone

Maternante de hijes libres y abuela sumergida en la ternura. Docente y comunicadora social. Escritora de humor ácido, realismo crudo y erotismo obrero. Transgresora y desobediente. Activista feminista que milita la furia legítima. Amante del bolero de Ravel y los manjares exóticos. Desea, antes del último suspiro, volver a las arenas de Egipto.

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