Iris Cassani, la mujer que representó y representará por siempre el sindicalismo pinamarense, se despidió del mundo que habitamos pero no del transitado en las interminables calles de la memoria. Ahí, después de estar al frente del SUTEBA cerca de tres décadas, luego de cofundar la seccional local el 31 de agosto de 1986, nos transmite para la posteridad una herencia de compromiso con la defensa de los derechos de los trabajadores y trabajadoras de la educación y las y los alumnos de todos los niveles.
Iris fue, además de La Sindicalista, sí, con mayúsculas, una gran maestra y profesora y durante varios años la directora de la Escuela Primaria Número 1 Constancio C. Vigil. Estuvo en la resistencia contra la Ley Federal y en cada reclamo justo para el sector docente y las condiciones imprescindibles para enseñar y aprender en las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires y el resto del país.
En esta jornada triste, deseo como educadora, ex afiliada y compañera, homenajear a Iris con un texto para las maestras y maestros imprescindibles, que hace diez años publiqué en mi libro "Los zapatos tan rotos y el espíritu tan sano"; título al que otorgo un nuevo simbolismo, por el amor inextinguible de docentes como ella, que lucharon sin claudicar para que todes les pibis tengan desde la escuela, bien cuidado y estimulado, el derecho a soñar:
Maestra
Había escuchado esa verdad inevitable. Insoslayable. Que el nombre de maestro o maestra es el más bello nombre que se le podría dar a un semejante. Quien lo porte hasta el último día de su vida, de seguro, no morirá. Permanecerá en la memoria como un faro, una guía segura, el puente por donde cruzar. Quedará para siempre en el recuerdo, porque los que se quedan ahí, no se van.
Aquel que logre portar el más bello nombre que pueda obtener un semejante, andará por las calles de la memoria escribiendo pizarrones, repartiendo sonrisas y estímulos, sonando mocos. Cantando y explicando la magia de la fotosíntesis. Recitando, sin lugar a dudas, las mejores poesías. Las que se inspiran en el compromiso, la paz, el amor y la libertad. En la solidaridad. En el pan compartido en el comedor escolar junto a la polenta y las mandarinas. El maestro inolvidable sabrá, para siempre, equiparar un rezongo a un consejo y las tablas de multiplicar a las ganas de luchar.
El maestro aquel, el que no se fue, el que vive en los amaneceres de los que alguna vez fueron niños y en los de quienes nos negamos a dejar de serlo, ése, andará por ahí, cerquita nomás, diciendo que hay que cambiar unas cuantas cosas, que hay que atreverse. Que pretender modificar un orden injusto es lo correcto y que la lucha juntos, entre muchos, entre todos se potencia y ahí radica el asunto a despejar. Que las divisiones se evitan multiplicando acciones y que cada día, a pesar de algunos, amanece para que los maestros y maestras como Iris salgan a enseñar.
QEPD, compañera.